15 enero 2009

Rumores de mares

"Arrullándome la vida
con caricias inventadas."
Perseida


Rumores de mares

Quiero recordar
aquel amor primero.
Caricias inventadas,
besos indecisos.
Rumores de mares
apenas recorridos.
Caminos abiertos
recién dibujados.
Arrullos de amor.
Sueños de vida.
Amaneceres plenos
de placer compartido.

14 enero 2009

Mi tío Federico

Mi tío Federico tomaba baños de asiento.
Cuando discutía con mi madre acababa siempre diciendo: “para ti la perra gorda, me voy a tomar los baños de asiento". Esto podía ocurrir a mediodía o por la tarde, no había hora fija para las discusiones. Nunca supe en que consistían los baños de asiento. En casa había un cuarto de aseo grande, como para correr caballos, pero únicamente tenía lavabo y retrete; claro que sí teníamos un barreño grande de cinc donde mi madre nos bañaba. Quizás mi tío lo usase para sus baños de asiento.
Mi tío Federico era un adelantado a su época; medio naturista, consultaba sus manías a un galeno que diagnosticaba los males mirando con una lucecita la niña de los ojos. A nosotros nos venía bien. El tal galeno le mandaba tomar unas galletas "Vigor" que no tenían comparación con las "María" que compraba mi madre, y aunque escondía la caja metálica en los rincones más insospechados, siempre dábamos con ella. Íbamos rellenando el fondo con papel de periódico conforme nos las comíamos para que no se notase la merma al abrir la caja. Ahora comprendo que sería un juego consentido.
Mi tío intentó conservar el pelo con remedios caseros. Se untaba en la cabeza un potingue que le hacía mi madre con yemas de huevo y abrótano macho, pero no tuvo mucho éxito, cada día estaba más calvo.
En una época le dio por bañarse en la playa al amanecer. Salíamos de casa con las primeras luces del alba y por el camino de la Torna, entre huertos de tomates y boniatos, llegábamos a la Torrecilla. Si en ese tiempo no se bañaban nada más que los cuatro madrileños que paraban en la fonda frente a nuestra casa, a esa hora no lo hacía ni Dios. Yo le saqué gusto a esos baños. Me enseñó a nadar sujetándome por la barbilla y era un disfrute correr por la playa solitaria.
Aunque controlaba la disciplina en casa, siempre estaba con la retahíla: “si fueseis míos estaríais más derechos que una vela” y allí sólo se "retorcía" mi hermano que como era el pequeño podía hacer lo que le viniese en gana.
Me trasmitió su amor por la sierra. Con el subí por primera vez al cortijo del Imán y al nacimiento del río Chillar. El cortijo del Imán, aislado en lo alto de la sierra, había pertenecido a un imán de Cómpeta durante el periodo árabe y aún mantenía el nombre.
No era hombre de copas ni de café. A pesar de tratar con todo el mundo consiguió pasar toda su vida sin entrar en un bar. Sí era superior a sus fuerzas estrechar la mano a los que habían pasado por el hospital de Fontilles; sabía que la lepra tenía cura, pero más de una vez presencié a alguno quedarse con la mano extendida en el aire.
Mi tío hizo su carrera política. Alcanzó a ser presidente local del sindicato vertical, siendo pequeño propietario; para algo sería vertical el sindicato. El sindicato sólo se nombraba por sus iniciales C N S, nada de sindicato ni algo que se le pereciese por muy vertical que fuera. Yo, que no conocía el significado de las iniciales, las traducía "Comemos Nosotros Solos". Durante ese tiempo me cansaba de actuar de portero en casa: todo el día estaban llegando papeles para que los firmase.
Mi tío Federico, que llegó a mocito viejo, se pasó media vida buscando novia. De vez en cuando se perdía, y era que había salido a recorrer unos cuantos pueblos de Granada donde teníamos parientes - y sobre todo varias parientas -, a ver si alguna le venía bien. Volvía muy contento de su turné, contando historias de Agrón y Chimeneas, pueblos que a mí me parecían de otra época en un mundo lejano. Con todo ninguna candidata llegó a cuajar.
No tuvo suerte, acabaron casándolo con una pelagarta y terminó sus días de campanero en la ermita. Esa es otra historia.

11 enero 2009

Mi primo Carlos

Mi primo Carlos era rubio, regordete, más bien bajo y con el pelo ensortijado. Todo lo contrario a mí, tiznado, larguirucho, orejón y con el pelo siempre tieso. Mi tío me llamaba “pino quemao”. Claro, los morenos éramos minoría en la familia y no estábamos muy bien vistos, parecía que fuésemos postizos, como venidos a menos. Siempre me contaban que la tizne la había metido mi abuela materna y contaminado a parte de la familia.
Volviendo al primo Carlos, tengo que decir que cuando iba a doblar una esquina inclinaba la cabeza para el lado contrario. A mí me llamaba tanto la atención que al caminar juntos por las calles del pueblo y acercarnos a una esquina, me retrasaba para verlo doblar la cabeza. Nunca me atreví a preguntarle porqué lo hacía, si temía pegarse con la esquinao se ayudaba en el cambio de dirección - como hacen las avestruces con el ala para girar mientras corren-.
Claro que mi manía era más preocupante aunque no se notase; en esa época al recorrer las calles, pensaba que tenía un doble que podía encontrarse en otro lugar y estaba haciendo lo mismo que yo. Si doblaba una esquina, aunque mantuviese recta la cabeza, el “doble” estaría doblando otra esquina en otra parte del mundo. No tenía preferencias por ningún país, pero generalmente me inclinaba por las Filipinas, donde había nacido mi abuelo, aún vivo, y que de vez en cuando me quería engatusar para que lo acompañase en su vuelta a Mindanao.
En Mindanao había dejado un cortijo que a caballo no se recorría en un día, y quería volver a recuperarlo. Aunque intentaba explicarle que los “gringos” cuando tomaron las Filipinas se quedarían con el cortijo, no me hacía caso y sacaba las escrituras de la finca. Estas las guardaba en una cajita de madera junto a su partida de nacimiento de Calamianes en la isla de Cayo. En su recorrer por toda la Península y la Gomera, desde la pérdida de Filipinas en el 1898, no se había separado jamás de ellas.
A lo que íbamos, mi primo Carlos (que dejó de tartamudear a la vuelta de su viaje de novios, muchos años más tarde), de niño echaba unas parrafadas largas, aunque no tuviesen ni pies ni cabeza; lo mismo hablaba de los conejos que criaba en el corral, que de una vecina con trenzas rubias que vivía en su calle; parrafadas que con la tartamudez se hacían interminables. Un día me contó que los tebeos del Capitán Trueno eran pura invención, que Goliat nunca fue gordo y que Sigfrid no era rubia. Yo estaba enamorado de Sigfrid y aquello me molestó hasta tal punto que cuando íbamos a cambiar los tebeos, lo hacíamos en quioscos distintos y por caminos diversos. El seguía doblando la cabeza en las esquinas, pero yo ya no lo acompañaba. Lo de Sigfrid me había dolido.
Sobre los diez años nos llevaron al internado en la capital.
El viaje era toda una epopeya. Hacíamos la ruta de Alhama en el taxi de Miguel “ El nota” con los colchones y las maletas en la baca. El “11 ligero” añadía una banqueta entre las dos filas de asientos traseros y todo el taxi se llenaba de niños y de piernas de los mayores que nos acompañaban. En aquella época no se “soplaba” y Miguel paraba en todas las ventas a matar el gusanillo. Tomaba una copa de anís Machaquito y en caso de que tuviese que enfriar el motor, a mitad de la cuesta del boquete de Zafarraya, caían varias. Mi primo no era muy observador, pero con su lenguaje, en un momento nos sorprendió : mirad , mirad.... que conejos tan... grandes.... Era una piara de cabras pastando tranquilamente cerca de la cuneta.
El colegio le sentó regular, pronto tomó la manía de meterse el dedo entre los botones de la bragueta y llevarlo rápidamente a la nariz. Estaba hablando contigo y en unos minutos podía hacer el trayecto varias veces, por lo que acababas acostumbrado y lo veías lo más normal del mundo.
Por Navidad volvíamos a casa. Venía a recogernos el taxi de Celestino. Celestino tenía otra historia. Durante una época había sido jefe de una tribu en Guinea y cuando iba conduciendo se le notaban muy bien en la cabeza las cicatrices de los mamporros que le dieron para alcanzar la jefatura. Como el viaje de vuelta lo hacíamos sin mayores, Celestino aprovechaba y nos contaba las aventuras con su harem en medio de la selva. Se notaba que ya era mayor y le gustaba recordar sus años mozos.
Mi primo con las historias verdes se ponía muy colorado y no paraba de meterse el dedo entre los botones de la bragueta para llevarlo después a la nariz.

10 enero 2009

Palestina

Borran tu nombre.
Cercan tu tierra
con muros infinitos
de hormigón y alambradas.
Construyen un gueto,
encierran a tu gente,
mueren de sed y hambre.
Masacran a tu pueblo,
arrasan tus ciudades,
no dejan piedra sobre piedra.
Y yo sigo el correr de los días
sin rebelarme
contra este genocidio silencioso
de hambre, sed y fuego,
de destrucción de todo un pueblo.
Y sigo al sol que me calienta,
el mismo sol que te quieren robar,
como si no fuese este sol
la misma luz para todos los hombres
de la Tierra.

07 enero 2009

Arranco palabras al silencio

"Arranco palabras
al silencio.
Ahora ya puedo escribir de nuevo,
nada lo impide; me quedé vacía".
Perseida


¿Será cierta la soledad?
¿Será este camino a la nada
lo que llaman vejez?
Ver alejarse amigos que lo fueron
¿no es perder el vivir?
Sentir lejos a los seres queridos
¿no es sin morir, penar?
Ir perdiendo el poder
sin olvidar el querer,
¿no es una senda al vacío?
Arranco palabras al silencio
al ritmo de la tarde
en su lento transcurrir.
Sueño con renacer a nuevos días
plenos de placer. Caminar
junto a los amigos por sendas ya recorridas,
compartir horas y vida
con los seres que llevan mi ser.
Volver a lugares conocidos
y mirar otra vez los rincones
que fueron tan queridos ayer.

04 enero 2009

Carboneros de sierra Almijara. Nerja




A Miguel " El minero"

Añoro al sol de la mañana,
el primer calor del día,
rodeado de la gente del pueblo
contando historias vividas
en aquel tiempo primero
cuando las palabras nacían
a mi conocer sorprendido.
Hogaño, recuerdo tiempos de antaño
en la recacha de la ermita,
historias duras y sencillas
de lucha por la vida.
Historias de carboneros
en lo alto de la sierra,
-la leña cercana
estaba ya rebuscada-,
boliches vigilados día y noche,
sacos de carbón a la espalda
desde la sierra más alta
ofrecidos casa por casa.
Hoy, ¿quién lo iba a decir?,
añoro aquel sol que nos calentaba
en los fríos de la mañana
y me sigue doliendo
en el fondo del alma,
la dureza de aquella vida,
para mí, sólo contada.

Miguel, en los años 50, se buscaba la vida carboneando en los encinares de los Caños del Rey (Almijara). De niño había sido aguador en las explotaciones mineras del Barranco de los Cazadores y llevaba con orgullo su apodo.